Adolfo Pacheco: el hombre que hablaba con el espejo
agosto 11, 2020
Adolfo Pacheco, compositor.
Uriel Ariza-Urbina
El público reaccionó con agrado, hasta que escucharon las otras estrofas. El autor narraba su deseo de compartir una cumbia ‘sanjacintera’, un son de Toño Fernández, y los invitaba a mecerse en su hamaca grande con las historias sagradas de un indio Parofo, tan legendarias como la de Francisco El Hombre. Y allí terminó todo.
La canción ganadora del año anterior aún retumbaba en los vallenatos y olvidaron ‘La hamaca grande’. Un par de estrofas simples que elogiaban con humildad a un ‘Pedazo de acordeón’, interpretada con una cadencia de juglar antiguo por un campesino desconocido de nombre Alejandro Durán, y que también haría historia.
El mismo López Michelsen pidió repetirla desde la ventana de su casa de gobierno, al pie de la Plaza Alfonso López.
En pensamientos
Los vallenatos dijeron esa vez que Landero no entendió la importancia de una canción inédita y se dedicó a parrandear con ‘La hamaca grande’. Sin embargo, el estribillo de la canción de otro incógnito compositor de tierras lejanas ya estaba en boca de los vallenatos y comenzaron a cantarla en las parrandas, no sin las críticas de muchos.
En ese entonces la interpretación de los músicos de la sabana no se consideraba auténtica, porque tenía influencia de la cumbia y el porro y era más instrumental. Los cantos de la Guajira y el Cesar tenían otro secreto: sus letras llenas de poesía contaban la historia y los anhelos de un pueblo, y el acordeón acompañaba cada sentimiento con notas que seguían un patrón amañado para cada aire, que a la postre terminaron dándole su identidad cultural.
Adolfo Pacheco tenía la misma inspiración de un juglar auténtico y lo siguió demostrando con sus canciones narrativas, como el Mochuelo, El tropezón, El Cordobés, Bajo el ceibal, entre otras. Recuerda que cuando Gabo, admirador de Landero, escuchó ‘La hamaca grande’ le pidió que se la cambiara por Cien años de soledad, ante la sorpresa de Consuelo Araújo.
‘La hamaca grande’ empezó a conectar a dos estilos de música de acordeón que parecían irreconciliables. Más tarde compuso ‘El pintor’, una diatriba en aire de merengue entre un pintor y un compositor, grabada por Diomedes Díaz y Juancho Rois, y volvió a levantarse la suspicacia entre Adolfo Pacheco y el vallenato de la Guajira y Valledupar.
Las habladurías decían que iba dirigida a Rafael Escalona, pero él lo desmiente recordando la gran amistad que los unía y las interminables tertulias con arepas de queso provincianas en las oficinas de Sayco en Bogotá.
Pedro Pérez el pintor, pinta un pájaro moderno / y dice que yo no puedo
hacer un cuadro mejor / Saco cuadros del folclor, y de la naturaleza
pinto negra la tristeza, la acuarela del dolor…
Adolfo Pacheco aclaró: “Un día me encontré con un ahijado y le pregunté a qué se dedicaba. Al muchacho no le gustó mi tono, y me respondió que estudiaba Bellas Artes. Cuando nos despedimos, me dijo con ironía: ¡padrino, y usted a qué se dedica ahora!”. Dice que ese mismo día empezó a componer ‘El pintor’. Y hay quien asegura que la composición es una respuesta al artista Obregón, en alusión al mural que hizo para el salón Elíptico del Congreso de la República, y en el que el artista evitó pintar héroes y figuras épicas de revolucionarios y optó por la riqueza natural del país, destacando unos cóndores estilizados volando hacia arriba, como un llamado a la unidad nacional.
Los comentarios se aplacaron después de la visita de un naciente Carlos Vives a su oficina de abogado en Barranquilla, en 1993. El artista le pidió autorización para grabar su ‘Hamaca Grande’. Vives la dio a conocer al mundo y reafirmó su lugar de privilegio en los anales de las canciones vallenatas legendarias. Cuenta que cuando le llegaron las primeras regalías de Sayco, no lo podía creer.
Cambió su viejo carro, su casa y compró la ropa que siempre quiso ponerse. La gente lo acusó de corrupto, y debió presentarse ante los organismos de control para justificar aquel repentino cambio de vida por las ganancias de ‘La hamaca grande’. Años más tarde se le anegaron los ojos al ver que hasta el rey Juan Carlos de España tarareaba su canción ante una presentación de Vives, durante una reunión de mandatarios en Cartagena.
Esa vez se le vino a la memoria los días difíciles cuando compuso ‘El viejo miguel’, una historia de consuelo al ver cómo su padre abandonaba el pueblo de toda su vida, ya viudo y en la ruina económica, para irse a Barranquilla a empezar de nuevo.
Con corona
En 2005, Adolfo Pacheco fue declarado Rey Vitalicio del Festival de la Leyenda Vallenata. Y rememora los tiempos en que la música de acordeón era de corronchos y mal vista, y que en la puerta del exclusivo Club Valledupar pegaron un aviso que prohibía su ejecución y la Iglesia condenaba a los músicos por pecadores.
Se le ocurrió desempolvar aquella vieja canción inconclusa por el señalamiento del pensamiento conservador de la época en que empezó a escribirla. Por fin la terminó: ‘El hombre del espejo’, que en 2016 fue escogida como la mejor canción en el Festival Bolivarense de Acordeones.
No quiero solemnidades, tampoco me carguen luto / Que suenen los acordeones y gaitas para el difunto…
El maestro Adolfo Pacheco cumple 80 años de una vida intensa y dedicada a engrandecer el folclor de nuestro país. No deja de visitar cuando puede las oficinas de Sayco, con su inseparable boina dominicana, para reconocer la continua labor de 75 años de la entidad a la que pertenece, y recordar sus mil y una anécdotas.
“Me alegra que Sayco ha llegado en su desarrollo a lo mejor, porque ha ido verticalmente hacia arriba”, dijo el maestro Pacheco. Sayco, por su parte, a través de su Gerente César Ahumada y el Consejo Directivo felicita a su socio y amigo en su cumpleaños y enaltece el trabajo invaluable del que muchos consideran el último juglar de la música vallenata.
El compositor Rafael Manjarrez, Vicepresidente del Consejo Directivo de Sayco, afirmó que el maestro Adolfo Pacheco “es una de las figuras cimeras que tiene nuestra música colombiana; la prueba indefectible de que Colombia es una sola, porque hacía con maestría música con la tendencia folclórica de Valledupar, como de su propia región”. Y Adolfo Pacheco lo corrobora: “El pueblo vallenato debe sentirse orgulloso de que otras regiones y países hayan tomado el vallenato como propio y Colombia se haya llenado de festivales”.
Adolfo Pacheco nunca olvida las palabras de Juancho Polo al despedirse de él y Andrés Landero, en aquel memorable encuentro en el pueblo de Algarrobo. Ese día pudo ver en el espejo de su alma la otra cara de la realidad: “A Dios se le dejan las cosas cuando remedio no tienen”.