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Farándula

El adiós de una nota exquisita, murió Chema Ramos: ‘El Décimo’

septiembre 28, 2020



William Rosado Rincones

Recuerdo algunos apartes de una crónica que le hice a Chema Ramos hace un año, hoy recibo la infausta noticia de su muerte.

Casi siempre en el arte musical los padres no quieren que su hijos sigan sus pasos, en el vallenato se conocen varias historias de músicos que nunca compartieron que sus retoños tomaran esos caminos, sobre todo los de las primeras generaciones cuando los ejecutores del vallenato eran discriminados y relacionados con el trago y la vagancia, de hecho, esa primera generación se dedicó a eso, a parrandear y a mujerear, no existía la posibilidad de una vida digna, para la manutención de un hogar.

Pero hay una razón más poderosa que la propia voluntad, y es la genética, cuando el torrente sanguíneo viaja a la mente y al corazón con los sonidos de cualquier género musical, es muy difícil que los herederos no nazcan con esa inclinación y por mucha negativa que haya, aparece la osadía como elemento cómplice para lograr los objetivos.

Historias hay muchas con ese mismo contenido, así le pasó a José María Ramos Rodríguez, ‘Chemita’ Ramos, quien no quería ver acordeoneros en su familia, pero hoy, los ve convertidos en artistas para su beneplácito y no como los parranderos trotamundos como se les veía en el pasado. La mayor complacencia la siente con ‘Chemita’ Jr., quien le siguió tanto sus pasos que, hasta se coronó rey vallenato como él.

Este es apenas un trozo de las historias que vivió ‘Chema’ Ramos Rodríguez, el de la segunda generación, pues curiosamente, también su padre fue acordeonero, y para más coincidencia, tenía el mismo nombre, es decir eran tres los ‘Chemas’ de la familia los que han descargaron la herencia en las correas de un acordeón.

LE DICEN EL DÉCIMO

‘Chema’ Ramos Rodríguez era conocido como ‘El Décimo’ por haberse ganado el Festival de la Leyenda Vallenata en la versión número 10 en 1977. Él, en cambio, no tuvo el reproche de su papá, un ejecutor de grandes cualidades para que lo enseñara a tocar, a quien se le pegaba al pie de las largas parrandas aprendiéndole cada pase, y hasta logró conseguir que le comprara un acordeón cuando tenía 15 años, a esa edad, tuvo la responsabilidad de sembrar un estilo que rápidamente nació y creció en la región.

Cuando pudo haber aprendido más la sabiduría de las notas de su padre, el infortunio apareció, ya que, un desadaptado le asestó una puñalada al pecho del ‘Chema’ mayor, en esa caja torácica que solo había recibido en su vida, el vibrante sacudón de unos fuelles que abría y cerraba al calor de una buena parranda o ‘colita’.

De ahí en adelante apareció el sacrificio en la vida de Ramos Rodríguez, debió sortear el doloroso episodio con estoicismo, la vida se le volvió un ‘merengue’, pero terminó superando el caos a la velocidad de una ‘puya’, porque no quería vivir al ‘son’ de la tristeza, pues tenía el horizonte para que su vida fuera un ‘paseo’ a la fama.

De su papá le quedó el recuerdo de que fue un versado ejecutor que tuvo la talla de ‘Colacho’ Mendoza, con quien solía enfrentar grandes piquerías, además de la altura de Víctor Soto y Luis Fragoso que eran los acordeones de más renombre en la región de Urumita y La Jagua del Pilar, su entorno parrandero.

Él fue quien lo guió inicialmente con clases certeras, pero curiosamente, no arrancó tocando un vallenato, sino el merengue dominicano ‘Avelina’, y ´La Rama del tamarindo’ por lo que no recibió ningún reproche, ya que su papá le había dicho que debía aprenderse cualquier canción y como esas estaban de moda, por ahí le pareció que era el camino.

De ahí en adelante, superado el suceso, ‘Chemita’ descolló con creces el dolor y se volvió una ‘fiera’ con el acordeón, era la mejor manera de recordarlo y agradecerle por las enseñanzas que le dieron el valor para empuñar las banderas que rápidamente lo llevaron a la grabación del primer disco en 1976 de la mano de Carlos Lleras Araújo, un vocalista que, emergía con fuerza en la región de San Diego.

PRIMERA GRABACIÓN

“Le agradezco a Lleras que me sacó de Urumita, me llevó a Barranquilla donde tenía que pasar una prueba, porque antes era así, no es como ahora que un acordeonero se aprende cualquier cosita, dos o tres canciones ya es profesional, antes no, el que no tenía condiciones no surgía, ahora se meten una plata al bolsillo y cualquiera graba” decía el décimo rey del Festival de la leyenda Vallenata.

Chema Ramos fue un convencido de que la felicidad no está en la plata, por eso, vivió feliz con lo poco que ganó, decía que la prosperidad estaba en la satisfacción de sacar a la familia adelante y tener el amor de una buena esposa, y agradeció a Dios haberle dado el prodigio a su mente y a sus dedos con lo que siempre se mantuvo vigente.

La primera vez que grabó se ganó 250.000 pesos, era la época en que los cantantes no se les habían montado a los acordeoneros, junto a Carlos Lleras les pagaron 500.000 pesos y dividieron en partes iguales. En esa temporada las disqueras llevaban a grabar a Medellín con buenos hoteles y atenciones. “Todo eso se acabó, la piratería terminó con ese negocio” aseguraba este veterano acordeonero.

Chema fue un hombre de luchas y triunfos, antes de irse a grabar había ganado varios festivales de la región. En 1976 se ganó la entonces categoría semi-profesional en el Festival de la Leyenda Vallenata, y al año siguiente ganó la categoría profesional. Detrás de esos triunfos, se alzó con muchos más certámenes en Villanueva, La Guajira, en donde triunfó en todas las categorías, además de Barrancabermeja y muchas más poblaciones y cuyos trofeos reposan como testigos de toda esa grandeza musical.

Los años no pasan solos, aquel parrandero que pulsaba con firmeza y emoción el teclado de su acordeón y que soportaba largas jornadas de bohemia, se fue mermando sus últimos años fuero de mucho cuidado, se pegaba sus ‘palos’ moderadamente porque aseguraba que, el temple era inherente a las emociones que hacían descubrir las más finas melodías e inspiración parrandera.

Se fue a la eternidad un hombre de una gran sabiduría musical, sus notas eran comparables a las auroras con olores a región y sabores a provincia. Era seguidor de Luis Enrique Martínez y ‘Colacho’ Mendoza, estilo que moriría con él como siempre predicaba, aunque también admiraba a Alfredo Gutiérrez, Emilianito Zuleta, de los que decía que indiscutiblemente: “eran los músicos míos”.

A los 76 años muere ‘Chema’ Ramos Rodríguez quien en una oportunidad expresó: “mientras Dios me tenga parado, me tenga con vida, así no me gane un peso, seguiré tocando mi acordeón, porque ese nació conmigo y tiene que morir conmigo, porque es un gusto que tengo yo en mi corazón y es que me nace tocar y solo Dios sabrá hasta cuándo va a estar conmigo” y estuvo hasta el 25 de septiembre de 2020, precisamente en el mes del Festival de Urumita. Adiós, décimo.

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